Nuestra primera homenajeada nació en el pueblo de Tahivilla (Tarifa). Allí permaneció, creciendo entre los aires del Atlántico y el Mediterráneo hasta los 8 años, dedicándose a las tareas propias de su edad: Ir al colegio y jugar con sus amigos y hermanos.

Cuando cumplió los ocho años la trasladaron a vivir a un cortijo situado en Las Presillas (en la Almoraima). Tuvo que abandonar obligadamente los estudios para dedicarse a sus hermanos y ayudar en las faenas del campo donde estaría hasta los 17 años. Antes de cumplir los 18  se mudaron del campo a la barriada de la Almoraima donde trabaja como tejedora haciendo punto y haciendo las faenas de la casa para ayudar a su madre, acarreando cántaros de agua desde la fábrica de corcho hasta su casa para las necesidades básicas.

En la Almoraima conoció al que sería su marido: era un agricultor alto, apuesto, de ojos azules y pelo claro como el sol, llamado Diego.

  Ella seguidamente se quedaría embelesada con sus encantos. En 1971 cuando Castellar había acabado de construirse nuestra homenajeada acabaría mudándose junto a sus padres y hermanos al pueblo nuevo. Corría el año 1974 y tenía 22 años.

Cuando cumplió los 27 años se acabaría casando con el que fue felizmente su marido. Recién casados se mudaron a la que sigue siendo su casa junto a su suegro y un primo, cuidándolos durante el resto de sus vidas para que no estuvieran solos. Nunca les faltó ni cariño ni atención.

Tras la búsqueda de un hijo que por desgracia nunca tuvieron, llegó a sus vidas una niña llena de luz y energía de 7 años sobrina de su marido. Todo empezó con la empatía de nuestra homenajeada hacia su sobrina. Los lazos de cariño se fueron estrechando y afianzando entre ellas hasta que Isabel la empezó a tratar como su propia hija, llegando al punto en que su sobrina se fue a vivir con ellos hasta el día de hoy y empezó a llamarla Tata.

Así, hoy en día es discutible que nuestra homenajeada no tuviera hijos y nietos, porque si los tiene, el cariño hizo la unión para crear una pequeña familia muy muy especial.

Pasaron los años en esta familia, no faltó felicidad y llegaron los nietos, que así se puede decir, Rocío y Pepito. No podían estar separados ni un segundo de ellos, una unión tan fuerte que, tristemente, un 15 de septiembre del 2010, se ensombrece con el fallecimiento de Herrera, su marido, pero nunca se perdió esa unión entre los restantes miembros de esta peculiar familia gracias a un rayo de sol y alegría que es y será su bisnieto Iñigo.

En conclusión una mujer luchadora, que nunca se rindió tras los vaivenes de la vida y que vive enamorada de su familia.

Por todo ello, el

Excelentísimo Ayuntamiento de Castellar de la Frontera

quiere rendir este homenaje a

 

DOÑA ISABEL GARCÍA IGLESIAS